Comentario
Había un reducido grupo de españoles en la Corte y en la administración que veían en el rey José la esperanza para la regeneración de España. Eran los afrancesados. En palabras de Miguel Artola, los afrancesados "...constituyen un partido, por cuanto su decisión de jurar al rey José es la condición necesaria para alcanzar el poder y desarrollar desde él un programa específico, que los diferencia de los otros dos partidos que aparecen en estos años. Su total vinculación ideológica con el Despotismo Ilustrado los lleva a propugnar un régimen monárquico con una autoridad fuerte que impida experiencias revolucionarias como la francesa, pero que al mismo tiempo promueva las reformas que el país necesita". Esta descripción del grupo enmarca perfectamente su origen y sus propósitos. Sin embargo, es conveniente aclarar la diferencia existente entre el afrancesamiento cultural y el afrancesamiento político, pues aunque pueden confundirse, el primero encierra un fenómeno más amplio en el tiempo que, además, no siempre desemboca en un apoyo al rey José.
El afrancesamiento cultural es un fenómeno que se produce en la segunda mitad del siglo XVIII y que da lugar a manifestaciones multiformes que van desde la impregnación cultural producida por la lectura de libros franceses, hasta el empleo de galicismos en el lenguaje, pasando por el gusto por la moda francesa, como fue el uso generalizado de las pelucas empolvadas.
Aunque hay afrancesados culturales que pasan a ser afrancesados políticos, como Meléndez Valdés, Cabarrús o Moratín, hay también afrancesados culturales que pasan al campo de los patriotas, como es el caso de Jovellanos y de Quintana. Aquellos atacan a la dinastía Borbón porque a su juicio ha sido culpable de la anarquía revolucionaria a la que había dado lugar su incompetencia. No podían aceptar que un rey como Fernando VII debiese el trono a un levantamiento popular. No es que aceptasen de buen grado a la nueva dinastía, pero en todo caso se dispusieron a aceptarla y a sacar el mejor provecho de ella.
Los afrancesados trataron de justificar su actitud de una forma un tanto cínica, alegando que ante la aplastante superioridad francesa no podía hacerse otra cosa que colaborar con el monarca impuesto por Napoleón. Ese era el criterio de Félix José Reinoso, quien creía que la resistencia sólo podía traer la ruina al país. Para Reinoso y todos los que pensaban como él, como Miñano, Lista, Cabarrús, etc., era preferible un gobierno fuerte y poderoso que estimulase un programa de reformas controladas y de innovaciones limitadas -aun basadas en las bayonetas francesas- que un poder revolucionario surgido del pueblo, aprovechando la lucha por la independencia nacional.
Sin embargo, independientemente de su carácter cultural o político, es conveniente distinguir al menos tres tipos diferentes de afrancesados atendiendo a la actitud que adoptaron frente a la nueva monarquía y a las circunstancias en las que algunos españoles se hallaban en el momento de su establecimiento. En primer lugar, los empleados de todas clases y categorías que desempeñaban sus funciones en la capital y en las poblaciones que fueron ocupadas por las tropas napoleónicas y no tuvieron más remedio que adaptarse a la nueva situación si no querían perder sus respectivos destinos. En segundo lugar, aquellos españoles que se plegaron al gobierno de Bonaparte por simples razones geográficas: pasaron estos años en la parte afrancesada. Por último, los afrancesados por una personal y libre determinación. Estos fueron los verdaderos colaboracionistas en el sentido de que se unieron voluntariamente al rey José para apoyarlo en sus proyectos reformistas y seguirle en su política. Algunos de ellos formaron parte de su gobierno y otros simplemente colaboraron desde puestos más modestos de la administración.